I, too, dislike it.
Reading it, however, with a perfect contempt for it, one discovers
in it, after all, a place for the genuine.
The archetypal voices sing offkey.
Adieu! the fancy cannot cheat so well
Alguien oculto en la maleza
nos tira piedras, nos insulta
desde un recoveco del dolor,
más allá del ruido de palabras.
Algo desde dentro nos ofende.
Una sospecha no cicatrizada,
una mentira envuelta en sangre,
que derraman su veneno lento.
Y la indignación nos precipita
hacia un abismo externo donde
desafiamos las leyes naturales
con un puñado de contradicciones.
De la provocación nace el poema.
I
CONTRA RILKE
No la soledad como testigo
ni la revelación como tarea.
Tampoco una ambición excesiva,
sino un distanciamiento mutuo.
Algo que deje en entredicho
nuestra perseverancia por la vida,
que distorsione el ritmo del poema
y nos mantenga al borde de la duda.
No el mar con su enérgico oleaje,
sus bandadas de vientos y símbolos.
En todo caso, el charco que la lluvia
hizo crecer y abandonó a su suerte.
En él se refleja nuestro embate,
parco de imágenes, seco de sentidos,
pertinaz en su empeño e irrisorio
tras la tormenta, cuando el sol fustiga.
No una vida entera solo para el verbo,
acompañados de la amiga inseparable
en busca de algo eterno o fidedigno.
De vez en cuando una verdad a medias,
un gesto impuro, una mentira limpia
que nos retengan en el sitio amado.
La vida no se sustenta en las palabras,
y el consuelo se gana en el silencio.
ALIMENTO
Verdaderamente cansa
llevar este saco de quimeras encima,
ir vestido con la ropa
de la debilidad paseando la nostalgia
de un infinito inexistente
por los pequeños senderos de la vida.
A cada paso se descubren
las imperfecciones más intolerables,
que han marcado con sus huellas
los distintos caminos del error
y dejan en el aire terso
una impronta de frío y desencanto.
Y después de caminar sin rumbo,
llegado ya el crepúsculo, volver a casa
y sentarse a la mesa en medio del silencio
con un plato lleno de contradicciones
que hay que apurar, a falta de otra cosa,
hasta que solo queden huesos y palabras.
DE LAS PALABRAS
De las palabras queda su sabor
después de haberlas ingerido:
un poso levemente amargo, un eco
de alguna certeza ya irreconocible.
Algo irremediable se ha perdido
entre tanta confusión de sílabas,
como si el tren de los recuerdos
y los sueños ya se hubiera marchado
cuando llegas tarde a la estación
arrastrando los pies y las maletas.
Es una sensación de neblina en
los ojos, de torpor en las manos,
mientras te recuperas del tropiezo.
Alguien ha venido a ayudarte, pero
lo insultas y lo increpas: déjame,
estoy mejor así, sucio de barro,
que no con ese traje de adjetivos
deslumbrantes que te queda grande.
O aquel día, después de la nevada,
cuando empezó a cantar un niño
y los vecinos salimos a la calle.
Solo pudimos escuchar los últimos
susurros antes de que el viento
desperdigara aquella melodía,
y nada pudo consolarnos esa noche.
FATIGA
La fatiga intelectual nos acoge en su seno
de espinas mientras las rosas continúan
su ejercicio simbólico. El corazón presenta
un pulso perezoso en horas vespertinas,
como si el vértigo que nos acompaña
se hubiera retirado al fondo del desván,
decepcionado por nuestra indiferencia.
Afuera la tarde desborda de alicientes,
amalgama de flores, árboles y pájaros,
propia de otra estación más exuberante.
El sol con su candor inflama los tejados,
ciega los cristales, mientras con las garras
araña esta persiana densa como escudo,
que cede algunas rendijas a su empaque.
Otras inquietudes nos habitan ahora,
distintas de las que nos tentaron antaño.
Lo que tenemos que decir lo decimos
arropados por una bruma incesante,
con el pudor oculto entre las sílabas.
Y las palabras adquieren un deje
de indolencia, común con los lagartos.
Hemos entrado a saco en una propiedad
para hacernos con un botín desmedido,
pero al final salimos escaldados,
renunciando a una herencia de conceptos
que ni siquiera nos correspondía.
Y ahora aprendemos a vivir sin nada
que llevarnos a nuestro corazón estéril.
Vamos tambaleándonos en busca de algo
insospechado, insostenible, impropio
que nos permita comprender esta crónica
de bufones y necios, mercachifles
que venden su alma en las aceras
al primer postor y anuncian la llegada
de una verdad carente de principios.
Y henos aquí, cansados de beber
la cicuta del tiempo, entretenidos
en perseguir una mosca por el techo
que, después de dar vueltas por el aire,
se escabulle hacia la tarde venturosa,
llena de sol, aturdida por las risas,
mientras aquí se cierran las ventanas.
Solo nos queda por vivir la última
pasión de todas, la que se desentiende
de la pasión, del vértigo, del tiempo,
una inminente sensación de arritmia
que nos deja pegados al sillón, absortos,
con la mirada hacia arriba, malgastando
las últimas ideas que tenemos del mundo.
LA ESCULTURA DEL TIEMPO
No quería saber nada de todo eso.
Participaba tan solo del olvido
y construía su casa en las afueras.
Alguna vez un guiño a una muchacha,
un pan compartido con los perros
o una palabra escapada por azar.
Rechazaba las pasiones huidizas
y se vengaba de ellas recordando,
afirmando en la piedra su perfume.
Por eso amaba con coraje suicida
y esculpía su inquietud de barro
en una efigie inalterable al tiempo.
Rechazaba dádivas y recompensas,
toda esperanza mal fundada, todo
lo que le sirve al pecho de consuelo.
Iba robando sangre a los minutos
para dar vida a un reino personal
con un paisaje de visiones propias.
Pero aquella escultura le bastaba
para tallar sus huellas en la noche
y brillar como un astro, indiferente,
para tener al tiempo maniatado
con palabras fundidas en la piedra.
BOCHORNO
La canícula se estira perezosamente
como un bostezo largo, inacabado
sobre la tarde que se asoma tensa.
Un bullicio de sol retumba en las paredes
de las casas, y un eco pegajoso aturde
la soledad de los pinares inquietos.
Dentro, el sudor realiza su tarea
con precisión de autómata, burlando
lentamente las nociones más elementales
de la piedad, acaparando sin estorbo
la piel como viscosa lava que fluyera
desde un volcán sumido en las entrañas.
Una gota de sudor cae sobre el poema.
(Qué fácil sería extraer un simbolismo
barato a la medida del que participa
de una poética de altos vuelos, aunque
eso dejara esta imagen al arbitrio
de la rapiña, de la intemperancia).
¿Aceptará el poema este reto belicoso
sin poner en evidencia sus debilidades?
¿Formará parte de su estructura cerrada
esta gota de sudor que lo ha impregnado
de la secreción más densa de lo humano?
Mientras se seca, afuera, en la planicie,
camina una mujer con paso vacilante
y expresión perpleja, que ha perdido todo
en la guerra de un país extinto donde
sucumbieron los suyos ante un enemigo
menos preparado que este resistente
calor que la asedia con sus amenazas,
que la somete a gratuitas vejaciones,
volcando en su frágil cuerpo los desastres
de la naturaleza con una rabia contenida
que le bloquea el paso y la respiración
mientras ella realiza inútiles esfuerzos
y todo alrededor se viste de apatía.
¿No es suficiente que esa mujer se caiga
con sus muchas heridas en la árida tierra
y maldiga la vida y todos sus secretos?
¿Por qué, entonces, el sol la desfigura
sin que nada se agite con misericordia,
y solo en nuestros ojos duela el bochorno?
EL LECTOR DE POESÍA
A caballo entre un mundo denigrado
y otro destruido, el lector sucumbe
bajo los fieros cascos de las palabras,
mordiendo el polvo de unas acepciones
que no le van a permitir incorporarse
a tiempo de ver huir a los caballos.
Y cuando se levanta, enfurecido
y humillado, lleno de magulladuras,
tan solo ve una inmensa polvareda
que al disiparse deja la estupefacción
desnuda en medio de la madrugada,
con los brazos abiertos, provocando…
Esto es solo una pequeña alegoría
que apenas si pretende demostrar
ya nada, porque los versos carecen
de la convicción y fuerza necesarias
para hacernos creer que sustituyen
a la vida o que la complementan.
Por eso, el lector de poesía teme
que tantos años dedicado a ella
no hayan servido sino para perderse
en una telaraña de hilos invisibles
que han apresado algunas ilusiones
con la mentira de su cumplimiento.
Desdibujada y desigual, inconsistente,
atormentada por la edad, herida
por sus intransigencias, la poesía
ha dejado sus últimos reductos,
su filiación humana, su insignificancia,
para morir en brazos de la Historia.
De su camino tortuoso, salpicado
de vejaciones, sospechas, imposturas,
de su cansino avance hacia la nada,
quedan versos perdidos en la niebla
y un equívoco anhelo, apenas perceptible,
por encontrar alguna perfección humana.
La vida se ha salido con la suya:
no casaba con tanta incertidumbre,
tanta crispación y aquel desasosiego
que la tenía en vilo hasta la muerte.
La humanidad se libra de su lado oculto,
pero otras perversiones la sustentan.
y ha sustituido las palabras por otras
menos contundentes, dilatorias, torpes,
de manera que los conceptos y las cosas
se nombran ahora por lo que han dejado
de significar, por su presencia inane.
Hay demasiada ironía en las palabras,
como si la verdad necesitara ingenio
y no bastara un susurro en el oído.
Demasiada complacencia con la literatura
y su ejercicio frágil de funámbulos
que se contorsionan entre dos abismos.
La Historia nos ha dejado este presente
cuya adjetivación resulta dolorosa.
Los arquetipos cantan con voz desafinada,
los símbolos no resisten su impostura,
y la mitología drena sus aguas muertas,
mientras los baluartes caen desprevenidos.
Entretanto vivimos en un lugar concreto
sometidos a sus normas y costumbres,
aunque sean grotescas y lleven impregnadas
en sus actos las huellas de la intolerancia,
de la barbarie o de una humillación secreta
que alimentan los siglos y las calamidades.
Todo esto debe de tener alguna lógica.
Los hay que pretenden encontrarla pronto
con la simulación de las palabras, pero
otros más ilustres lo intentaron antes
y nadie ha visto el fruto, de momento,
salvo un cúmulo de buenas intenciones.
Se entiende que muchos no dispongan
de una revelación a mano que los salve
de tanta confusión y corran a la búsqueda
de una tranquilidad de ánimo que esperan
recibir en el culmen de su vida, cuando
la vejez los invada sin pedir permiso.
Quizás tengamos que buscar por otro lado,
más expuestos a los golpes y a las dudas,
sin dar por hecho nada, sin exigir un credo
a cambio de un puñado de renuncias.
El cielo es ancho y la verdad un rastro
de nubes que se disipan en la lejanía.
El poeta escribe desde la contradicción
de saberse dueño de un lenguaje perdido
que solo le sirve para desafiar aquello
que no puede llegar a conocer de veras,
un simple simulacro de conocimiento
que no daña las estructuras de la nada.
Mientras tanto, provoca algún desasosiego
entre los suyos que aplaque ese fervor
que los inmoviliza y su condescendencia
con una realidad presente u otra sugerida
que tal vez les mitiguen los encontronazos
con la melancolía, pero no tapa la mirada.
Porque los ojos saben lo que ven y expresan
lo que sueñan, y en esta paradoja fundan
un voluble equilibrio que solo los protege
mientras la vanidad oculte la grandiosa
envergadura de esta realidad con artimañas
accesibles para los inocentes y los oprimidos.
Pero no por cortejarla con adjetivos fatuos,
la vida va a otorgar sus dones libremente,
ni tampoco el desprecio a sus instituciones
o el poder embaucador de algunas lágrimas
van a atraer su atención hacia nosotros.
Su indiferencia es tal que la embellece.
Porque mira cómo va, resuelta y despeinada,
alardeando de una fuerza oculta que la lleva
de un lado a otro, indemne, bella, poderosa,
inasequible para nuestro esfuerzo estéril,
sumida en una inmensidad de estrépitos
donde nuestras palabras pierden el sentido.
II
PARAFERNALIA
aparatosas, sin serviles renuncias.
El cuerpo era un simbólico paisaje
donde se recreaba la naturaleza
con escenas de amor voluptuoso,
reflejo del algo más allá del mundo.
El amor montaba un caballo desbocado
en pos de una meta indefinible, lejos
de la materialidad que el tacto impone,
perceptible tan solo entre las aves,
nebuloso dominio donde la realidad
se deshace en sentimientos ficticios.
Él amaba el amor y la parafernalia
de sus palabras, gestos, actitudes.
Anhelaba un reino de apariencias
donde subvertir el orden de las cosas
vaciando el dolor de todo fundamento.
¡La felicidad en medio de los símbolos!
tienen en común una distancia áspera
que no se puede superar al primer beso,
a la primera sospecha de violencia.
Emboscados en un mismo territorio,
parapetados en igual desconfianza,
salen de mala gana a la intemperie,
se encaran, se penetran con los ojos
desafiando al que se atreva a amarlos,
al que amenace con herir su orgullo.
Hay algo en sus miradas y en la brisa
que los predispone a este enfrentamiento.
Una sensación fugaz de incertidumbre
que les hunde los pies a cada paso.
Un agotamiento de toda referencia propia
en medio de esta neblina inescrutable.
Un sopor inmediato que nubla la visión
mientras se van borrando las distancias.
Y los brazos se alzan en actitud violenta
cuando los dos alientos chocan en el aire.
En este forcejeo fundan su existencia
dos que se agarran de los hombros, dudan,
arañan la piel, se miran con desgarro,
se empujan, se abrazan con el cuerpo tenso,
se contorsionan, se embravecen, tiemblan,
se quiebran, se arrebatan. Crujen
las estructuras de las nubes, se disipan
la niebla y el sopor, mientras los cuerpos,
entregados al sudor y al fango, chapotean
inmersos en una lucha que los perpetúa.
DUERME
Alguien duerme a tu lado que no tiene
nada que ocultar ni nada que temer,
como los árboles de este invierno yermo,
despojados de anhelo, cariacontecidos,
como una silueta de montañas dispersas
a las que todavía no ha llegado la nieve,
como una casa inacabada en donde
aún no se oye a los albañiles del alba.
Pero duerme como si una resurrección
fuera inevitable o un murmullo de hojas
alterara las raíces de todo lo viviente,
y su primera mirada, al despertarse,
se encontrara las cosas con otro colorido,
con otro peso y otras dimensiones,
todo ajustado al ritmo de su respiración,
reducido al tamaño de sus manos.
Alguien duerme a tu lado que no conoces.
Despertará mañana a la hora de la vida.
Y entretanto esperas que una luz al fondo
del silencio te guíe por el denso bosque
o te disperse en mil caminos sin salida,
te clarifique o te confunda. Da lo mismo,
mientras sea en dirección a esta figura
en cuyos sueños confluyen tus errores.
AUNQUE
Aunque el tiempo ralentice el paso,
sabes que una mujer te espera,
confiada y distante todavía,
en alguna región donde florecen
algunas certidumbres ocultas.
¿Cuánto tiempo lleva esperando
esta mujer cansada la venida
de algo que la identifique?
¿Cuántas cruces escribe encima
de los días rotos de su calendario?
¿Y cuántas veces debe regar aún
sus flores con el agua propia,
esperando una lluvia que afiance
para siempre su legítimo anhelo?
¿Intentó alguna vez desnudarse
y ofrecer su jardín a la tormenta
sin recibir por ello el esputo
de las bocas menos inocentes,
el insulto de las calles últimas
que el desprecio regara con la lengua
o la acogida de brazos ignorantes
que le instalaran dentro un laberinto?
¿Anduvo inquieta dentro de sí misma
buscando un vestigio de tus huellas,
o se engañaba repetidamente
acudiendo a cualquier espectáculo
del alma, creyendo allí reconocer
la figura borrosa de tu rostro?
Quizá esta mujer se quita
diariamente sus anillos de carne,
guarda sus vestidos más esperanzados
y se pone la túnica del miedo
para que nada interrumpa su oración
callada a un dios indiferente.
Busca en la cama el roce de tus manos
y se siente abrazada entre las sábanas
mientras tienta el punto del placer
y se deja llevar por esa dicha.
Luego, los sueños le proponen
un viaje hacia el vacío del pasado,
donde los grandes ojos de una niña
le recuerdan que tuvo sus promesas.
Sabes que a esta mujer la has visto
traspasando la niebla y el dolor
mientras mirabas detrás de la ventana.
O has tropezado alguna vez con ella
al salir de un bar tambaleándote
después de una riña a vida o muerte.
O habéis intercambiado una mirada
de amor en un encuentro efímero
bajo la lluvia y el desdén de octubre.
O has pasado algún día entre sus brazos
en un viaje fugaz a la intemperie.
O la llevas queriendo
estos años últimos de junio
y coincidís cansados en la mesa.
jugabas con muñecas y las alimentabas
con el pan de tus ensueños, que la vida
te iba a arrinconar como a un juguete roto?
¿Quién te iba a decir a ti, que le rezabas
a Dios para que te colmara de ilusiones,
que tendrías la soledad por compañera?
O cuando en el tiempo de la adolescencia
del mundo con sus adornos recién puestos,
encontrabas algunas veces las caricias
para tus pechos, prestos a la fascinación,
en cualquier cine de estreno a media tarde
o en una cama deshecha de esperanzas,
cuna del primer deseo compartido.
De tu primera juventud apenas si te quedan
los restos de algún hombre y los escombros
de otra realidad, más frágil y más pura.
Desavenencias con la vida lo has llamado:
ese profundo desacuerdo que te hiere
cuando comprendes que la vida lleva
su camino, en el que tú solo eres un guijarro.
Pero ahora te tomas un café ya frío
y los pájaros vienen a hacerte compañía.
Arrinconas en la piel el tacto de las cosas
y dejas que el azar imponga sus designios
sobre la existencia, mientras tu mirada,
vacía y temerosa como la de la ardilla,
huye de cualquier presencia humana.
Vuelan los pájaros en grupo
y hacen sus nidos al calor de los cuerpos.
DEBILIDAD
Conforme la debilidad y su hojarasca
se han ido haciendo sitio entre los muebles
y los enseres de esta casa inhóspita
arañando los miembros fatigados
de los cuerpos, cubriendo las paredes
con tanta soledad, ella ha callado,
rendida ante un ejército invisible
que avanza en las sendas del abatimiento.
Así este invierno seco cuya fragilidad
se oye en el canto débil de los pájaros,
en el ronco crujido de los árboles
que el viento vapulea con desgana,
y en las raíces que escarban a la busca
desesperada de alguna gota de agua
que en esta tierra sin hechura propia
se echa en falta bajo un cielo impasible.
Y él, que ya se ha acostumbrado al viejo
rigor de la desesperanza, observa cada día
el desmantelamiento de su casa y el inútil
bullir de las acciones desgastadas, todo
lo que él amó y que el tiempo desvirtúa.
Y en la serenidad de este sobrio paisaje
ha prendido un amor que encuentra sitio
entre los tenues labios del debilitamiento.
Un amor mal alimentado de despojos,
de jirones que la vida se deja en el camino,
de la resignación, el tedio, la mentira.
Un amor vestido de harapos que se oculta
bajo el temblor de sábanas, acurrucado
en la trivialidad de un beso a medianoche,
cuando el invierno apura su presencia
y los dos se someten al frío de la madrugada.
EL FRÍO
tiñe nuestro verdor de anhelos leves
que mañana serán materia renovada,
fructifica en lugares convenidos
por dos que quieren madurar deprisa,
sufre en las manos que perdieron, rige,
con la dureza propia de las horas,
este invierno de escasas perspectivas.
El frío viene manso y decidido
con vocación de amante sigiloso,
trae a la espalda cántaros vacíos
que por su boca piden la tormenta,
y, cuando por la noche el viento amaina,
penetra cuerpos que se arropan solos.
La oscuridad se hace momentánea,
y el alba irrumpe con fervor cansado.
Espero al frío cautelosamente
como se espera al borde del insomnio,
desnudo de pasión, vestido de pereza,
callado y simple ante la imagen rota
del pasado, que llega en oleadas turbias.
Frente a frente me mido con el frío:
en él se escarcha mi mirada torpe,
y en él me modifico sin descanso.
COHABITANDO
En este cuarto están un hombre y su dolor
cohabitando en una unión perfecta.
Helos ahí amándose y odiándose
como amantes que se saben débiles
y que por tanto han de seguir unidos,
compartiendo para siempre el mismo lecho,
comiendo siempre juntos en la misma mesa,
mirándose continuamente el uno al otro
sin ver nunca más allá de sus figuras,
y soportando juntos tanto tiempo al tiempo.
Quién los separará que no destruya
una amistad lograda con ahínco,
una fuerza común capaz de mantenerlos
vivos aún, seguros de que existen,
unidos a la vida por un mismo miedo,
por un mismo sentir que los hermana,
perpetuando en esta relación fructífera
momentos de estupor y de entusiasmo,
y arriesgando en esta soledad la poca
felicidad que queda entre las sábanas.
Ya para siempre unidos hasta el día
en que la muerte duerma entre sus cuerpos.
III
POLIZÓN
El tiempo se decanta por los puertos
abandonados al tráfico de las injurias,
al acoso de la prostitución.
Ronda los muelles a la medianoche,
desorienta las brújulas,
envenena las copas de los marineros.
El tiempo prefiere los otoños fríos
en fechas cercanas a un naufragio
sobre una embarcación a la deriva
que sobrevuelan los albatros,
atraídos por alguna inclemencia.
Viejo polizón incrustado
en las grietas de la piel, reseco,
resentido de siempre, temeroso,
que labora día y noche
bajo cualquier circunstancia,
aplicando sus designios fugaces.
Y si alguna vez nos topamos
con su estela cegadora,
sabemos que pasó, ligero y contumaz,
como pez que se escapa de las manos
y se esconde en otros mares dispersos.
EL PAN COMIDO EN SOLEDAD
no tiene el mismo sabor que el disputado,
el que se elabora en las mesas del hambre,
el repartido sin piedad, a golpes,
el desfigurado por una mano sangrienta.
El pan brilla, entre los dientes sucios,
como estrellas fugaces que se traga
la noche incontinente. Sufre a fondo
la mordedura del ansia en la lengua,
y atraviesa la garganta con su filo.
Así se va aprendiendo que la soledad
mastica un pan escaso y revenido,
que alrededor de su hoguera se reúnen
las caras más mugrientas y los hechos
más abominables entre el crujir de las manos.
Las migajas que quedan por el suelo
tienen la dignidad de los desposeídos,
su perpetuo resquemor, su inevitable angustia,
y en ellas crece un indicio de temor
que envenena a las aves que las picotean.
La soledad se alimenta de estas migas
de pan y de algunos mendrugos arrojados
por un ángel desde algún festín celeste
del que se oyen a lo lejos cantos jubilosos
que llegan a esta soledad dañados por el viento.
Allí donde la risa de Dios retumba en mil sonidos
y cae sobre la tierra en forma de relámpagos,
sobre este oscuro vergel donde los animales
se procuran una existencia módica, secreta,
y los hombres se nutren del pan y de la lluvia.
LOS QUE COMO TÚ
de las cosas y atesoráis en la despensa
el vino rancio y el rencor corroído,
tenéis en vuestro empeño un argumento.
Ya habéis cerrado las puertas al aire
y habéis amurallado vuestro territorio
con sombras mientras caváis una fosa
preparando la hora final de la muerte.
Sin embargo, sabed que tras la raya
que os habéis trazado surgen brotes
impacientes donde están creciendo
lentamente indicios de promesas.
Ellos no lo saben, pero de sus entrañas
precoces van a germinar unos caminos
retorcidos e insípidos que con el tiempo
darán cauce a unas estrechas corrientes.
Pero vosotros, que os recluís en el miedo,
no conoceréis la habilidad de la vida
que se introduce por escasos resquicios
en este territorio donde todo es posible.
SUEÑO
Mientras duermes, una nación entera
se despierta en tu interior y acusa
a quien ha transigido con la vida
demorándose en todos sus placeres,
a quien, beneficiándose del tiempo,
ha urdido una red de falsificaciones
que ha conducido a la locura a muchos,
a quien ha visto el rostro de la infamia
y no se ha atrevido a denunciarlo,
a quien, oculto entre los más felices,
ha ignorado las llagas de la Historia,
indiferente a esa hemorragia lenta.
Mientras duermes, el azar ha interrumpido
su rapiña, el miedo su fragor, la muerte
su vanidad, y la vida se ha despojado
de todos sus obstáculos, mostrándose
desnuda y fría, como una nada inhóspita.
Los elementos opuestos de la naturaleza
han convergido en un poema armonioso
que es a la vez un canto y un réquiem.
Y entre los sonidos confusos que se oyen
están las voces de los que se han muerto,
que intentan acercarse a ti sin hacer ruido,
braceando en las sombras hacia tu luz densa.
Cuando despiertas, tus ojos no se hacen
a la claridad ficticia que se impone.
Las nubes han claudicado de sus lluvias
y se ha extendido la sequía hasta los bordes
del corazón, donde la vida se refugia
y alza sus barricadas contra la canícula.
Las figuras humanas siguen su trasiego
de un lado a otro sin llegar a nada propio,
mientras los animales se esconden, acuciados
por un temblor en la tierra que los mina.
Y los muertos se agolpan ante las puertas
a la espera de que se abran para el sueño.
PUDOR
Ha acumulado mucho pudor a sus espaldas,
una costra que la vida ha ido entretejiendo
sin darse cuenta, poco a poco, torpemente
hilando entre los poros su maraña sólida.
Porque su quiebra con la vida no le deja
otra coraza que este alojamiento impuesto
por las reservas de la edad y el tacto,
por un riego insuficiente de su estima.
Caracol que se encierra dentro de su concha
y se arrastra lentamente por veredas inciertas.
A duras penas si repele las acometidas
de un viento infatigablemente opuesto,
de una realidad desmesurada que lo oprime,
que va obligándolo a ceder en su equilibrio,
a limitar movimientos en un lugar cerrado
donde descargar el fardo de la resistencia:
esa renuncia a habitar en un país maltrecho,
a amoldarse a una tierra seca que cuartea
las pisadas de los esclavizados a sus leyes,
a participar en esta feria de la infamia.
¿Se atreverá a sacar la mano a ver si llueve
sobre las calles de esta ciudad desalojada
donde los perros olfatean desesperadamente
las huellas de sus amos? ¿O un pájaro perdido
se acercará al alféizar para guarecerse
de algo que está en el aire y lo amenaza?
Gorrión tembloroso, ¿por qué buscas cobijo
en esta casa abandonada al sueño? Te veo
desde detrás de los cristales sucios. Vete
y conquista el mundo con tus trémulas alas.
SILLA HUMANA
se sentaba un hombre conmovido
que aquí consolidó todo su empeño,
su peculiar manera de expresarse.
Generaba en su interior semillas
que mañana podrían dar sus frutos
en una breve floración de símbolos.
Aquí estaba con su escaso bagaje,
decidido en su espera, postergado,
pendiente de un sincero estímulo.
En esa silla de evidentes carencias
tuvo lugar una batalla estéril
de la que solo quedan las astillas
en su derrumbamiento interno.
Alguien dotado para la esperanza,
proclive al canto, confiado, terco,
retuvo allí las manos temblorosas.
Manos que pudieron haber hecho
con la madera, el hierro o el instante
una ciudad, un nido, un espejismo.
Aquella silla de contornos frágiles
sostuvo la ilusión de una certeza
con una grieta abierta hacia la vida.
No conoció aventura más auténtica
que perseguir las sombras en la noche
y estar atenta al vuelo de las aves.
No importa que ahora ya, vacía y sola,
derrame el tiempo en ella su silencio,
pues queda allí, paciente y agitada,
temblor humano, signo de la espera.
EL MANIQUÍ
del maniquí oculto en nuestro pecho.
Su pequeña sonrisa contagiosa,
su mirada sin fin y sin principios
nunca se desgastan por rutina
ni tiemblan ante el ruido falso
de las cosas ni ceden territorios
al azar ni abrazan la menor idea
de cambio en su obstinado empeño:
conforman un rostro inalterable.
Mirad el maniquí; sus manos tensas
jamás responden a requerimientos,
no acarician las llagas de la piel,
están temblorosas al borde mismo
de la nada, su objetivo ineludible,
su norte, su verdad, su empresa.
No le alteréis sus firmes presupuestos.
No le hagáis esforzarse en su trabajo.
Dejad que el viento lo erosione
como el agua que araña las piedras.
Alimentad poco a poco hasta el hastío
al maniquí que ronda nuestro pecho.
Dadle apoyo, pues es un aliado;
es más: un hermano indispensable
al que podemos acudir sin prisas
cuando la vida aprieta demasiado
pero no ahoga, cuando el tiempo apremia
pero no espanta, cuando el sol declina.
Su aplomo nos conforta y nos libera
de este vivir en ansiedad constante.
EL ADOLESCENTE
La esperanza ha sido su madrastra.
Cuántos años fue progenitora
de sus actos facilitando sus deseos
y acercándolo a la naturaleza.
A ella acudía en tiempos inestables
con un asesinato entre las manos
para que le lamiera las heridas
y le diera cobijo entre su estirpe.
Construyó su palacio de verdades
encima del solar de la certeza
y lo amuebló, palabra tras palabra,
con la voz materna, con sus ecos.
Y él se esparcía sobre la nevada
sabiendo que una hoguera ardía.
En aquel entonces el silencio
solo era el preludio de los pájaros.
Más tarde supo, cuando el conocimiento
va dando dentelladas en la piel
y una extraña sensación de fraude
lo acomete, que ella no era su madre,
que lo había fingido solo por el bien
de todos, para que no se destruyera
lo que se estaba edificando con rigor,
lo que debía madurar a su debido tiempo.
Desde entonces se encerró en las ruinas
de aquel palacio convertido en sombras.
Se fue educando en términos equívocos,
adiestrando en tácticas precarias
para sobrevivir a un tiempo y un espacio
devastados, a un orden sin sentido.
Aquí termina una historia de ilusiones
que da paso a un capítulo de vértigo.
II
Y ahora aquel adolescente busca
algún vestigio de su madre auténtica:
una estela de luz entre los astros,
cualquier deseo que provoque fuego,
una mirada de honda mansedumbre.
Pero ha encontrado un suelo por pisar,
un camino flanqueado de señales
que a no se sabe qué lugar lo incitan.
Pues al fin ha sabido que no tuvo
ninguna madre, porque fue engendrado
en la unión de un error y una apariencia,
y que solo es un hijo del olvido,
un fragmento de un todo inexistente.
Y ha abandonado lo que más lo hería.
Y se ha embarcado rumbo a otra región
donde la lluvia lo penetre menos.
A veces regresa a las antiguas ruinas
donde la esperanza se consume a solas,
desganada y doliente vieja que contempla
todo el derrumbe de su obra anónima.
Y entre aquellos escombros palpitantes
resurge un recuerdo de imágenes felices,
de una luz infinita en el espacio
que le vuelve a iluminar los ojos.
Y él alienta y sostiene a su madre
mientras a ella le quede algún latido,
porque sabe que aunque no lo engendrara,
que aunque solo sea la sombra penosa
de quien tuvo por cierta y apenas
le valgan su luz y sus manos marchitas,
la esperanza lo hizo tal como es,
y se le muere en las manos, ¡oh, madre!
AGRADECIMIENTO
Muchos de estos poemas han ido surgiendo de las discusiones, a veces coincidentes, a veces tensas, que he mantenido durante años con varios amigos, casi todos ellos poetas. Aunque en bastantes aspectos nuestras visiones de la poesía son diferentes, siempre la poesía ha sido para nosotros un arte de la amistad. Sin su apoyo, sugerencias y provocaciones no habría escrito estos poemas; por tanto, vaya mi agradecimiento para Mª Ángeles Maeso, Xoán Abeleira, Emilio López Leiva, Álvaro G. Santa Cecilia, Jorge Gimeno y Jordi Doce.
Todos los poemas de este libro han nacido en compañía de Helena.
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