Lobos


The She-Wolf, de Jackson Pollock

Escribí estos veinte poemas de un tirón en el otoño de 1980, a mis veintiún añitos. No he vuelto a escribir con tanta rapidez y entusiasmo como en aquellos pocos meses, quizá porque sólo se escribe así a esa edad. Yo tenía entonces ese potente impulso interior originado por una creatividad a flor de piel. A ello contribuía la lectura constante de buena poesía y la dulce compañía de amigos poetas con quienes compartía el culto a la palabra.

En estos poemas influyó poderosamente la poesía de Hölderlin, que leía por entonces con pasión. De ahí la presencia de la Naturaleza en estos versos, que sólo podía tener un carácter emocional fruto de lecturas como las del poeta alemán. Era entonces una Naturaleza leída más que presenciada, pero me valía para recrear el mundo natural que quería describir en mis poemas. Sólo después he podido sentir el pálpito de la Naturaleza mientras vivo en la Sierra de Madrid y paseo por caminos que rodean montes llenos de pinares o contemplo las montañas a lo lejos.

¿Y quiénes son estos lobos? Evidentemente, los seres humanos. No quise ser original cuando me propuse esa comparación, que ya hicieron otros maestros. En casi toda mi poesía he querido recrear ese mundo animal o primitivo que llevamos escondido en alguna parte de nuestro interior. Es un mundo atemporal donde se ejercitan los impulsos más hondos. Hoy día este libro podría pasar como un canto ecologista a la Naturaleza. Si le quitamos el adjetivo, queda el verdadero canto a la Belleza y a la Vida.

© Alejandro Valero, 1980

LOS LOBOS

Aquellos lobos, son aquellos lobos,
los lobos de mirada oscura;
los de mirada tierna son también los lobos.
Aúllan con el fuego entre los dientes,
o gimen cabizbajos, como queriendo llorar,
como si el mundo se atreviera a herirlos.
Pero ellos amenazan en la noche,
no se sabe si víctimas del miedo
u orgullosos de su grito alado.
Son los lobos,
los dueños de la tierra calcinada,
los tiranos del odio, los verdugos
del amor, sepultado por sus garras,
los destructores de la luz y el viento;
pero también los seres de ojos solitarios,
inquisitivos hasta la locura,
tiernos y frágiles, tal vez cansados,
los buscadores del amor y el caos.
Son los lobos,
la luz y la tiniebla, la verdad
y la más oscura hipocresía,
el llanto y la sonrisa,
los dedos y las uñas
de una misma garra dolorida.
Son los lobos;
miradlos cómo sueñan;
heridos van de muerte y a su paso
dejan señales de dolor y pánico;
miradlos cómo sufren;
son los lobos.
Caídos en la tierra a cada paso,
aún les queda un aliento contenido
que les impulsa a caminar,
a levantarse tras cada caída,
y si después aúllan con amor
o claman con el odio de sus garras,
no los juzguéis, tan solo comprendedlos,
son los lobos,
amantes y asesinos,
nacidos de mujer,
con forma humana.


LOS DOMINIOS DEL LOBO

Todas estas llanuras verdes o sombrías,
todo este valle inmenso que avizoras,
esos bosques que guardan su silencio,
las colinas, los montes, las praderas,
los matorrales, promontorios, setos,
ríos que suenan, fuentes, arroyuelos,
rocas y piedras, yerba, fango, arena,
todos esperan el aullido,
el peso amargo de tus garras,
el silencio que anuncia tu silueta altiva.
Todo esto y más te pertenece, lobo,
porque a tu paso tiemblan estos campos,
tiembla hasta el viento cuando te rodea,
los animales y las nubes tiemblan.
Y tú caminas y te sabes dueño,
poseedor de toda esta belleza.

Pero hay los otros lobos, tus hermanos,
que acechan como tú y aúllan poderosos,
dueños también de todo cuanto es tuyo;
por eso los persigues, te persiguen
con un mortal susurro en los colmillos
y esperan escondidos a que pases.

Aunque permanezcáis unidos en la caza,
en vuestra desesperación, en el amor
a todo cuanto abarcan vuestros ojos,
y compartáis los alimentos y viváis
en madrigueras sucias y con techo,
y aunque os unáis para nacer más lobos
u os refugiéis en el abrazo durante la tormenta,
una fuerza interior más grande que vosotros
os hace odiaros aún después de que hayáis muerto,
porque queréis poseerlo todo en vuestras garras,
por eso sois esclavos los unos de los otros.


LA GACELA Y LOS LOBOS

La gacela trota suave y ágil por el bosque,
rozando con sus patitas frágiles la hierba,
esquivando los árboles con gracia única,
contorneando el cuerpo grácil y elegante.
Salta de un lado a otro como si volara,
como si se dejara llevar sólo por la brisa,
envuelta en una sábana transparente.

La gacela recorre el bosque y las llanuras
y deja a su paso el aire como alado.
Cuando las aguas del río acarician sus pezuñas,
chisporrotean alegres su canción azul
y la gacela responde lamiéndoles la espalda
con un murmullo de oración silente.

Las ramas y las flores pelean por su roce,
por que su aliento juegue en sus contornos.
Mas la gacela pasa rápida y ligera,
dejando atrás la envidia de los lobos
que tiemblan ante un cuerpo
que no ha perdido el don de la inocencia
ni la belleza de sus formas puras.
Por eso corren persiguiendo a la gacela,
rodeando aquel cuerpo primigenio,
que duele igual que una verdad perdida,
abalanzándose sobre su pecho erguido
como buscando una razón de muerte.


LOBEZNOS DEL AMOR Y EL ODIO

Mira, lobo, aquí tienes la carne de tu carne,
los ojos de tus ojos, las garras de tus garras,
el mismo amor y el odio que pusiste en tu entrega
se te han restituido por medio de estas bestias
que lames con cariño inusitado y con delicadeza.

Míralos cómo sorben la leche de la madre con cuidado
y cómo se revuelven en el suelo, jugando con la arena,
rasgando con sus garras diminutas la hierba y los arbustos,
y cómo se pelean dulcemente ahora que no saben.

Delante de ti están los que se han hecho del amor
y del amor recogen sus primeras fuerzas;
pero estos seres crecerán y sentirán que el odio les aflora
en los momentos más desesperados, destruyendo
con la masacre de su impulso aquello que da vida
o aquello que se apaga silenciosamente hacia el olvido.

Aún estás a tiempo de terminar con estos seres dóciles
que no preguntan ni interponen su braveza enfrente de la tuya,
ni aún se atreven a negar tus mismas enseñanzas.
Todavía puedes devolver esos impulsos a la nada,
porque mañana estos lobeznos abrirán un foso entre tus patas
y te hundirás en el abismo que ahora empiezas a entrever
mezclado entre los gestos de los que has nacido sin remedio.

Porque la libertad no tiene otro camino.


LA PRESA

Camina, lobo, sin descanso hacia tu presa.
Elige la más sabia, la que conozca el filo de las uñas
y cómo son tus ojos cuando buscan sangre,
para que sea mayor el honor de haberla capturado.
Persigue sus caminos a través de todos los senderos
y no cejes jamás en el empeño noble de las garras,
que piden destrucción y muerte a un mismo tiempo;
no niegues tu deseo constante de ver sangre
derramada en la tierra por tus propias garras
y de sentir su liquido calor
recorrer las arrugas de tu lengua.
No termine el afán grabado en tus colmillos;
busca y encuentra un rastro de su cuerpo,
una señal intacta de su miedo,
un recuerdo fugaz de su mirada;
continúa con brío al acecho de sus pasos,
y cuando al fin avistes su presencia,
su forma remarcada en el paisaje,
y cuando veas sus ojos gemir como implorando,
no tengas compasión, abre la boca
de par en par y lánzate a su cuerpo,
clava tus dientes con pasión enardecida,
fustiga con las garras,
atemoriza con tu grito de odio,
abrázate a su pecho tembloroso
y sigue y sigue hasta el final, hasta que quede
sola tu boca jadeante en medio de la muerte,
sola tu sangre reluciendo en medio de la muerte,
porque has matado a un lobo, te has matado a ti mismo.


EL LOBO HERIDO

El lobo herido busca el agua fresca de la fuente;
oye el susurro manso y cristalino
acariciar la copa de los árboles
que gimen su tristeza en un crujir continuo de las hojas,
y mueven su dolor las ramas hacia el norte;
huele el perfume azul diseminado por los valles,
llevado por el viento de una colina a otra,
de un seto a otro seto, de una piedra a una roca,
hasta perderse suavemente en los rincones del aire;
contempla con sus ojos hondos y extraviados
un reflejo de luz allá en la lejanía,
como un espejo donde el cielo mira
reducida brillar su infinitud.
Pero es el lobo,
el lobo herido quien está buscando el agua;
de un lado a otro mira,
de un lado a otro huele,
de un lado a otro escucha,
pero sus patas tiemblan pues no saben
adónde dirigirse, adónde conducir su aliento jadeante,
y mira y oye y olfatea, pero está perdido,
y aúlla su dolor por todo el bosque,
corriendo enloquecido entre los árboles,
pisoteando tierra y yerba oscurecida,
llenando su mirada de una agonía que crece sin remedio,
y abriéndose un abismo
allá donde sus huellas se han grabado.


EL LOBO RABIOSO

Alejaos del lobo de mirada ausente
y cuerpo de metal herido y torturado,
de aquel que preso de su propia llaga
llega cansado y solitario al término del día.
Es este lobo de pasión secreta y tormentosa
el que todas las noches duerme acurrucado
en un rincón de rocas y de pánico,
sólo esperando a que se apague el sol y su sonido
de chirriantes rayos que golpean
la muda seriedad de sus despojos
y el vacilante ruido de los dientes.
Porque la luz del día busca entre los lobos
una pequeña grieta de dolor para verter sus lanzas
de realidad palpable y manifiesta
sobre los ojos débiles del lobo. ¡Cuánta sangre
se despeña entre piedras y entre hojas!
¡Cuánta desilusión se hunde bajo tierra!

Es así que este lobo busca entre los sueños
otra pasión de luz, otro misterio,
y anégase violento en su huracán de olas y de vértigo,
precipitándose tenaz al fondo del abismo.


LOS LOBOS ENLOQUECIDOS

A veces, solo a veces,
cuando la desesperación se funde con el odio
y un dolor profundísimo los vence,
los lobos dejan de soñar y escuchan asombrados
el filo helado de su grito abriendo las tinieblas.
Son animales atrapados, bestias confusas,
seres que gritan sin remedio.

Y se les ve correr enloquecidos
de un lado a otro, como huyendo siempre,
como buscando siempre una salida
de este terrible laberinto oscuro
que han construido con su propio miedo,
con su dolor que trepa por los muros.

Estos lobos están heridos por el viento,
por el crujido tímido y oscuro del arbusto,
por el batir pequeño de la hierba:
seres que viven compartiendo el ámbito del aire,
cosas que gozan de verdad su vida verdadera,
su profunda alegría, su existencia libre,
y cantan y se mueven y no buscan nada.

Pero los lobos buscan la verdad del lobo y no la encuentran,
la persiguen callados hasta el mismo centro del abismo
y se escapa entre las piedras, por la tierra negra;
pasa burlándose del lobo, haciendo muecas misteriosas
para al final perderse como un ruido en el silencio.

Estos lobos están aquí, corriendo en medio del paisaje.
Apenas pisan la tierra o rozan los arbustos.
Fluyen igual que exhalaciones, presos de locura.
Desconocen el ruido de las cosas cuando el día despierta
o el murmullo nocturno de los valles y de las montañas.

Miran alrededor y miran hacia arriba,
y contemplan el sol, las nubes, las llanuras.
Algo los llama desde el corazón de todas esas cosas,
algo los solicita desde el mismo centro de la tierra.
Pero el lobo no comprende la llamada del árbol o la piedra;
sólo entiende de garras, dientes o misterios.

Escuchad, árboles, ríos, alamedas, campos,
seres que estáis aquí gozando de la vida,
escuchad ese llanto feroz y esos gemidos,
esa desilusión que corre enloquecida,
ese deseo desfigurado. Contemplad al lobo,
solitario y perdido en medio de sus gritos.


HUELLAS DEL LOBO

Aquí, sobre este barro de dolor, encima de la tierra,
has dejado plantado un signo de tu cuerpo,
una revelación oscura de que vives.
Aires vendrán cantando y dando vida.
Lluvias prosperarán borrando los contornos
de tus altivas garras, de tu aliento.
Tú morirás, tal vez serás de nuevo
en la dulce sonrisa de las hojas
o en la feroz mirada de otra bestia.
Y cuando un lobo con amor pise otra vez el barro
donde dejaste tu dolor o amaste sin consuelo,
no sentirá tal vez tu huella oculta tras el tiempo
ni escuchará el sonido del recuerdo.
Pero otro lobo en su interior sabrá que aquella tierra
fue testigo una vez del peso de tu cuerpo,
y algo se moverá en el pecho de aquel lobo
que contempla los bosques donde tú viviste y deseaste,
algo tal vez que no sentirá nunca,
pero que vive dentro y que perdura.


LA LLUVIA

La oyes, sí la oyes,
oyes cantar la lluvia en todo el bosque,
monótona y sencilla, como el día o la noche
sucediéndose a lo largo de las horas.
Miles de gotas, miles de milagros
diminutos te asombran en la tarde,
te anuncian de que algo más allá de ti,
más allá de tu inmenso poderío
o más allá de tu impotencia, vive.
Y ves las gotas deslizarse tímidas y limpias,
acariciando el cuerpo suave de las hojas,
para estrellarse mansamente entre la yerba
y así habitar la tierra: su deseo.

Contempla, lobo,
cómo la lluvia abarca todo lo que ves
y da su vida a todo lo que toca,
comprende su afán de gozo y de alegría
cuando derrama su presencia en todos estos campos
y nos demuestra que la vida aún sigue floreciendo.

Mas no te quedes, lobo, en esa madriguera
donde consumes tu dolor y habitas tu miseria.
Sal a los campos, corre sin descanso,
destruye el nudo que te tiene atado.
Que la lluvia te toque y te emocione
en la profundidad más vasta de ti mismo.

Corre, corre, no pares,
ábrete paso en medio de la lluvia,
pues eres libre, lobo, libre, eres libre.


LOS ÁRBOLES

Deja que el árbol te dé sombra y misterio
mientras caminas por los bosques fértiles.
Acércate a su forma y roza levemente
con tu hocico excitado la corteza del árbol.
¿No sientes un latido, un movimiento oscuro
que hace temblar tus labios como nieve?
Escuchas los rugidos interiores
sonar igual que entrañas que no cesan
de repetir una canción secreta, imperceptible
casi para tu oído acostumbrado al caos.

No sólo tú dominas ámbitos del aire.
Están también las cosas ocupando sitio,
mostrando su verdad, su vida generosa,
cantando y preguntando sobre y bajo tierra.
Están aquí contigo para ser contigo,
porque te faltan y les haces falta,
porque sois parte de la misma vida.

Por eso mismo, eleva tu mirada
sobre los campos donde el árbol sueña.
Allí los árboles preguntan, viven,
agítanse violentos cuando el viento pasa
y esperan que tu voz anúncieles un sueño.
Te están llamando con amor, con furia, con misterio,
ellos, los elevados sobre las raíces
que dan su vida bajo tierra.


EL RÍO

Con qué ternura y claridad goza este lobo
cuando camina a grupas del ocioso río
y siente el agua fresca acariciar sus garras
que poco a poco pierden su rudeza.
El lobo palpa el fondo de este río
y encuentra piedras diminutas que sonríen
o piedras grandes que hacen muecas silenciosas.
Y detrás y delante de la serpiente acuosa que respira
está la música bañando todo este regazo,
donde el secreto de las aguas baña las orillas.
¡El secreto del agua! El misterioso
fluir de gotas enlazadas y dispuestas
de tal manera que procuran música y distancia,
dando un sentido último a la tierra.

Y el lobo siente el ruido de las aguas
traspasar sin un roce el hueco de su oído.
Agacha la cabeza y palpa el cuerpo tembloroso
—nunca de miedo ni dolor— de vida
del río adolescente y su oquedad profunda y silenciosa.
Entonces esa música renace diferente
en el hocico duro y animal del lobo,
y el lobo goza al descubrir que puede, si desea,
cambiar la música del río, el aire, el polvo, la mañana,
con sólo el roce de su lengua o con su aullido,
o con el estrépito de sus garras golpeando tierra,
o simplemente con el ruido desgastado
de su doliente corazón umbrío.


LA NIEVE

El cielo a veces canta
y envía gorriones blancos de su dicha,
mensajeros de amor, guardianes de lo alado.
Vienen sin prisa y sin dolor, pues saben ciertamente
que su caída es más tierna que las hojas
y que el golpe en la tierra es como un beso;
saben que vivirán cantando para siempre,
alimentando con amor la tierra y sus raíces.

Ya están aquí los suspiros del gozo de la altura
que emocionan a la música del valle
y mueven su pasión de alas que murmuran.
Llegan despacio y pósanse con mimo
sobre las ramas y las llenan todas
con sus pequeños cuerpos temblorosos.
Dejan caer sus formas en la yerba,
donde conforman su verdad al molde de lo verde.

Ellos no saben que el horror es piedra y es silencio.
No conocen el miedo ni el dolor del aire.
Para ellos el abismo suena como música
y saben que en el fondo siempre está la tierra.
Son criaturas inocentes que tan sólo caen
sobre tu piel rugosa y sobre el campo,
anunciando en sus rostros luminosos
una región de luz que no es el sueño.


LA LUNA

Yo sé que aquellos lobos que por el día sufren
esperan a la noche con ansiedad creciente,
hundiéndose en el fango que les procura sombras,
mientras el sol se duerme tranquilo y silencioso.

Porque los lobos buscan un escondrijo oscuro
para escapar del odio, donde esconder su miedo,
para entregarse solos al deseo prohibido
y ahogarse en el silencio nocturno de la duda.

Sólo en la noche encuentran los lobos su aliada,
y en ella sueñan unos y otros en ella gimen,
quedando en sus miradas una luz matutina
que los lobos apagan desesperadamente.

Y la luna, la luna parece como un grito
de luz arrepentido, como una antorcha única
que alumbra lo imposible desde su altura inerte
y asombra a la mirada perdida de los lobos.

Es esa fiel amante de los paisajes negros
a quien los lobos cantan con delicado aullido,
la reina del imperio nocturno, de la noche,
que vela con sus armas los sueños de los lobos.

Y los lobos se entregan sumisos, miserables
a ese ser que los mira con los ojos cegados;
se arrastran en el fango pidiéndole un suspiro,
pidiéndole la vida que pierden cada instante.


EL VIENTO

En las noches de viento
los lobos permanecen silenciosos
y escuchan el sonido de las ramas
cuando enlazan sus formas con el viento.
Arriba, en la montaña,
el viento serpentea por los desfiladeros,
dejando en cada roce con las rocas
su canto emocionado, que gime de alegría
y aúlla, igual que un lobo,
bajo la forma exacta de la luna.
En la llanura el viento trenza los arbustos
y desliza tiernamente sus manos conmovidas
sobre la carne lisa de la yerba,
contorneando así sus formas en la noche.

Todas las cosas cantan
cuando el viento irrumpe con su música:
la corteza de los árboles cruje tímidamente,
la tierra palpita y suena como un corazón que sueña,
y las hojas se entrelazan en un abrazo sonoro,
mientras los matorrales chocan sus brazos entre ellos.
Sólo las piedras permanecen quietas en la noche,
por eso lloran cuando el viento pasa y no las mueve,
y sueñan con tener alas de águila
para mostrar a todos su emoción
y expresar su deseo y afán incontenibles.
El viento envuelve el valle, las montañas, los cerros,
habita las praderas y los bosques, se suma
con las formas calladas y las hace palabras,
palabras que son brisa, aire, viento, huracán,
y cabalgan cantando a lomos de la noche.

Y los lobos no duermen, preguntan asombrados
cómo es posible todo ese concierto
de formas y de músicas unidas, confundidas,
enlazadas las unas en las otras
hasta formar un todo en armonía.
Los ojos de los lobos contemplan el paisaje,
las formas de las cosas tocadas por el viento.
Y los lobos aúllan poderosos,
preguntando cómo es posible tanta maravilla,
tanto misterio alrededor sonando imperceptible,
mientras las cosas suenan en la noche.
Y el lobo aúlla acompañando al viento,
uniéndose a las cosas que cantan asombradas,
y sabe que es feliz y libre cuando canta.


EL DOLOR

¿No veis fluir debajo de los lagos,
encima de los ríos, entre la lluvia dura
un manantial que corre sin descanso,
atropellando el tacto de las aguas,
interrumpiendo el liquido fluir
que a las llanuras huye en busca de sí mismo?
¿No oís su tormentoso ruido,
tartamudeo fatal que avanza descompuesto,
dando zancadas temblorosas,
tambaleándose, pesado y fofo,
sobre sus mil extremidades? ¿Sientes
cómo penetra su humedad sin odio
en las raíces de las plantas secas
y en las raíces tensas de los árboles,
cómo se extiende, vaga y silenciosa,
por las llanuras y por las montañas,
remontando los riscos, dándose al vacío
y dejando caer su cuerpo dulcemente
a través de la brisa y de los vientos gélidos,
que la transportan, pasajera audaz,
a todos los rincones de la tierra?

Mira cómo se queja el árbol y solloza
por la presencia inmóvil de la intrusa
que corroe su tronco lentamente;
pero el árbol ya sabe que por más que tiemble,
por más que extienda el llanto de sus ramas,
pidiendo ayuda con su voz doliente,
nada ni nadie escuchará su grito ni su espanto.
Mira la hierba, toca su miseria,
pisa su aliento, escucha su silencio;
nunca la oirás gemir ni arrebatarse
hacia el abismo que la tierra le abre;
porque la hierba espera solamente,
condenada a aguantar al tiempo, sin gemido.
Y las montañas permanecen fijas y evidentes,
inalterables como viejas sombras de sí mismas,
sabedoras de que ese manantial que fluye por sus crestas
mina su afán inmóvil como piedra.

Pero ¿sientes ahora, lobo, en tu guarida,
cómo las sombras crecen a tu lado
cuando se acerca la humedad y escuchas su presencia?
Lobos, no huyáis de esa maldad que viene hacia vosotros,
no esquivéis ese fuego que penetra al centro del abismo
que lleváis escondidos todos en la boca.
Sentid ese picor, ese hormigueo continuo
que en vuestro cuerpo ejerce su designio eterno
de hundir la carne, el ímpetu, las fuerzas más audaces
que en vuestro pecho viven y palpitan,
porque es así como esas fuerzas de la vida
luchan sin tregua y con amor en busca de la vida,
en busca del amor, en busca de sí mismas.

Lobo, mira los montes, los árboles, la yerba.
Escucha su dolor, tiembla con ellos, sufre.
Todo es un lago inmenso donde el dolor se encrespa
e inunda con sus aguas la tierra y su gemido.


EL FUEGO

El fuego, el fuego, el fuego, todo es fuego,
todo es miseria envuelta en llamas,
destrucción y mentira unidas de la mano,
deshaciéndolo todo lenta y obstinadamente.
Todo es fuego,
todo será ceniza y será nada:
este paisaje preso por el fuego,
esta desolación del aire y su quejido
enfebrecido de dolor y espanto
en lucha vana contra el fuego,
contra el calor que abrasa las raíces
de todas las raíces de la tierra,
forcejeando con los brazos
llameantes del fuego, que estrangulan
la decisión primera de estar vivos.
Sólo el fuego,
tan solo el fuego permanece,
hundiendo vastas llanuras, bosques alargados,
valles inmensos donde el aire tiembla,
y la belleza se desangra inútil por los campos.
El fuego canta su canción de horror inextinguible
y anuncia desde el fin de todos estos bosques
la posibilidad de comenzar de nuevo.

Y el lobo huye de esta tierra calcinada,
corre desesperadamente hacia otros bosques,
pero en la huida vuelve la cabeza
y mira fijamente lo que queda
debajo de ese fuego, en las cenizas:
queda el amor sincero hacia esa tierra
que vio crecer su cuerpo entre los árboles
y que jamás el viento o el olvido
desterrarán de aquellos campos negros.


LOS BUITRES

Obsérvalos: los buitres te preceden
en una procesión de círculos oscuros,
baten el aire con un grito gris que se hace eco
y que retumba en las montañas más desfiguradas.
Saben que estás herido y que tus ojos
gimen cual manantial que pronto estará seco.
Saben que estás perdido y solo entre las piedras
y que tus pasos te conducen recto hacia el olvido,
a la región donde tus huesos toquen las raíces
y mezclen su dolor con el dolor común de todo lo que existe.

Los buitres; míralos, observa cómo acechan
el cansancio infinito de tu cuerpo que anda por los campos
arrastrando tus patas, lastimadas, por la yerba clara de los valles,
abandonando a cada paso un poco de ti mismo.

Pero aún te quedan fuerzas, aunque mínimas,
para gritar tu desesperación en medio de estos bosques,
para chillar tu miedo, tu impotencia vasta como un cielo,
para que todos estos seres que rodean tu cuerpo fugitivo
sepan que aún vives y que aún aúllas con fiereza,
porque la vida dura hasta que el cuerpo yace sobre el suelo.

Aúlla, lobo, aúlla;
que esos buitres que esperan en lo alto
comprendan que la lucha no ha acabado.


EL HORROR

I

Mira el horror de frente.
Cuántas veces, ¡oh lobo sin consuelo!, llegaste a sorprenderlo,
avanzando a zancadas gigantescas en busca de tu aliento,
deseando con furia incontenible
atrapar en sus garras de silencio
tus ojos diminutos y asustados
o duros como piedra y sin sentido.
Tantas veces palpaste su presencia,
sentiste su mirada proyectarse en tu cuerpo agarrotado,
tantas veces oíste su silencio
y olfateaste su perfume odioso,
que ya no te sorprende su verdad andando hacia tu pecho,
caminando monótona y cansada,
pero segura de su triste filo,
por la región donde tu aire habita.
Ahora la ves de cerca y sin ropajes,
quitados todos los engaños,
desnuda ante tus ojos,
simple tal es,
presente.

II

¡Oh moscardón del sueño,
que con tu ruido roto y miserable
quieres romper la música del aire
y destruir las notas que da el viento!
No horades mas el silbo de las ramas
ni el amoroso arrullo de la yerba,
que sin saberte cantan y respiran.
Deja que el agua corra por los surcos
y que la hormiga avance lentamente
hundiendo sus patitas en la arena.
No apagues con tu voz ronca de hierro
el parloteo sencillo de los peces
que desde el agua ríen con los juncos,
mientras la rana salta descompuesta
y una rama quebrada yace sobre el río.

III

Todas las cosas viven, aun la piedra,
y respiran el mismo aire que los lobos
y recitan la misma música,
pero con tonos diferentes.
Todas las cosas lloran y palpitan
o sonríen y vuelan con las risas
escapadas del pájaro o del viento
y preguntan y sueñan. ¿Cuánto tiempo
puede durar el canto y su sonido
en las bocas inmensas de las olas
o en las grietas palpables de los lobos?
¿Cuánto tiempo de luz existe en estos ojos
que se esconden detrás de los zarzales
esperando a la lluvia y su milagro?

Hay tantas huellas de verdad encima de la tierra,
que parece imposible el odio de los lobos
y el dolor de las cosas que se mueven.
Hay tanta luz debajo de los árboles
o sobre el llano que parece mudo,
que hasta la misma noche se ilumina.
Y es que las cosas agradecen tanto
el espacio que ocupan en la tierra
y el regalo invisible de la música...

IV

¡Oh fuego de dolor! Todas las cosas tiemblan
cuando expulsas tu aliento de metal y sombra
y descargas veneno y soledad por montes y riberas,
por arroyos que el viento vivifica,
por las comarcas del amor y el sueño,
por el ruido que hacen las cosas cuando se despiertan,
por la mirada del halcón y el vuelo de las águilas,
por las cumbres nevadas donde el ciervo salta
y el horizonte acepta la verdad del cielo,
por el cuerpo vibrante y dócil de la hierba,
por la respiración de los arbustos jóvenes
y por la soledad del árbol que en la noche
fue arrastrado y vencido por el huracán.

!Oh nada miserable, que atacas al trueno por la espalda
y a la raíz la hundes en el fuego!
!Oh picor de colmillos, que hincan su filo helado
en corazones ávidos de lluvia!

Y es el horror lo último que queda.
Extensiones quemadas y montañas negras.
Flores resquebrajadas. Ramas divididas.
Cuerpos partidos. Nubes como piedras.

V

Pero el horror del lobo alienta en cada pelo,
en todas las miradas abatidas
de los lobos que buscan sin provecho,
y en los que desde el sol hasta la noche viven
sin preguntar al árbol o a la piedra.

El horror vive presente entre los lobos,
dueño quizás del mundo de los lobos,
agazapado entre sus ojos grises y violentos,
preso también del odio y la miseria
que entre las sombras crecen en los lobos.

Pero este último horror, lobo que sueñas,
esta llamada del abismo último,
este desgarro apasionado,
acéptalo con furia y luego duerme.


LOS DOS ÚNICOS DONES

Hay en los lobos una costumbre de dañar amando
o un deseo de amar dañando a quien se ama.
Pero yo os interrogo con pasión: ¿habéis amado
alguna vez tan sólo sin perder la libertad por eso?
Alguien dirá: los lobos nunca aman,
porque nada que ame posee garras y colmillos
o un deseo vacío, o una ilusión perdida.

Pero yo sé que dentro de vosotros algo canta y se mueve:
un deseo de amar las cosas que no dañan,
una atracción unánime hacia el lobo
y un impulso ferviente por hallar las últimas raíces
que de verdad sustentan vuestros pasos.
Y cuando el odio deja de minar los besos y los ojos,
nace en vosotros una verdad que vive y fructifica,
una razón para seguir aullando por los campos,
recorriendo los valles, libres de locura.

No la pelea y la muerte os hacen grandes,
ni la miseria del lobo que se yergue encima de los lobos
a fuerza de garras y colmillos.
Sólo una lágrima, tal vez una caricia
puede elevaros sobre el odio y la impotencia.
Una mirada de amor al valle y a los árboles
os puede guiar en el camino hacia vosotros mismos.

Un sólo gesto de amor, un gesto de ternura
hacia el lobo caído os abre al corazón del lobo,
donde sueño y verdad se unen para siempre.
Allí la libertad crece segura, alimentada
por el amor, los dos únicos dones de los lobos,
conseguidos a fuerza de vivir unidos a la tierra,
a fuerza de cantar y oír el canto de las cosas.
Y cuando os faltan, ¡qué dolor sacude vuestros rostros,
qué temblor tan oscuro os vence y mortifica!

Yo os canto con amor y os canto con tristeza,
lobos que os debatís en medio de estos campos
entre la duda y la razón, el odio y la ternura,
entre la libertad y el miedo de ser lobos.
Nada existe delante ni encima de vosotros,
si no son estas cosas que miráis a diario,
estos valles inmensos que os están escuchando,
los árboles que cantan y los montes que sueñan.
Aquí puedes perderte, unirte en esta música
buscando la verdad y hallándote a ti mismo.
¡Oh lobo solitario, que en el amor te unas a las cosas!

(Página creada el 7 de marzo de 2025)

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